La imagen de un plato humeante de pasta al dente, cubierto de una generosa capa de salsa de tomate, evoca inmediatamente el alma de Italia. Sin embargo, detrás de este ícono culinario se esconde una de las historias más fascinantes —y debatidas— de la gastronomía mundial. Durante siglos, se ha dicho que Marco Polo, el célebre explorador veneciano, trajo la pasta a Italia tras su viaje a China en el siglo XIII. Pero, ¿es esta afirmación cierta? O, como el spaghetti en un plato, ¿es solo un mito enredado en la historia?
La historia comienza en 1295, cuando Marco Polo regresó a Venecia después de su épico viaje a Oriente. Su libro, Los viajes de Marco Polo, describió con lujo de detalles las maravillas de China, incluida una misteriosa comida llamada "mian", hecha de harina y agua. Los historiadores interpretaron esta descripción como fideos, lo que alimentó la teoría de que Polo introdujo la pasta en Europa. Sin embargo, las pruebas arqueológicas y documentales cuentan otra historia.
Se sabe que en Sicilia ya existía una forma rudimentaria de pasta antes de que Marco Polo naciera. Los árabes, que conquistaron la isla en el siglo IX, llevaron consigo un alimento similar, hecho de harina de trigo duro, que podía ser secado y almacenado por largos periodos. Esto facilitó su transporte y lo convirtió en un alimento básico ideal para los viajes. De hecho, en un documento genovés del siglo XIII se menciona un alimento llamado "trii", que podría ser un antecesor directo de la pasta moderna.
Entonces, ¿por qué persiste el mito de Marco Polo? Quizás porque captura la esencia de lo que representa la pasta: un alimento que trasciende fronteras, culturas e historias. La fusión de ingredientes sencillos, como harina y agua, con la creatividad culinaria de diferentes pueblos es un reflejo del espíritu global que caracteriza a la gastronomía italiana.
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