476 d.C.: la muerte del Mundo Antiguo
- Juan Jesus Jiménez
- 26 mar
- 2 Min. de lectura
El 4 de septiembre del 476 d.C., un joven de apenas 16 años escuchó cómo le arrebataban los símbolos de su poder. Se llamaba Rómulo Augústulo, un nombre irónicamente grandioso para el último emperador romano de Occidente. Su caída no fue dramática ni heroica, sino burocrática: el general germano Odoacro lo depuso sin violencia, le permitió retirarse a una villa en Campania y, en un gesto calculado, envió las insignias imperiales a Constantinopla. Con ese acto simbólico, Roma dejaba de existir como imperio occidental después de casi 500 años de dominio.

Para el siglo V, Roma ya no era la potencia invencible de antaño. Las invasiones bárbaras (godos, hunos, vándalos) habían fracturado sus fronteras. La economía colapsaba, las legiones se disolvían y la corrupción minaba el gobierno. Rómulo Augústulo, más un peón que un gobernante, fue puesto en el trono por su padre, el general Orestes, quien controlaba realmente el poder. Pero cuando Orestes se negó a ceder tierras a los mercenarios germánicos, estos se rebelaron bajo el mando de Odoacro.

Lo sorprendente es que nadie luchó por salvar el Imperio. Los romanos, acostumbrados ya a emperadores efímeros, aceptaron a Odoacro como nuevo gobernante. Este, astutamente, no se proclamó emperador, sino "Rey de Italia", un título que reconocía la autoridad teórica del emperador oriental. El Imperio Romano de Oriente (Bizancio) sobreviviría mil años más, pero Occidente se fragmentó en reinos germánicos.

La caída de Roma no fue un apocalipsis, sino un lento colapso administrativo. Sin embargo, su legado nunca desapareció: el derecho romano, el latín (que evolucionó a idiomas como el italiano) y su arquitectura siguieron moldeando Europa. Incluso hoy, cuando un líder es depuesto sin resistencia, algunos dicen que "se repite el destino de Rómulo Augústulo".

El 476 d.C. no marcó el fin del mundo antiguo, sino el nacimiento de uno nuevo: la Edad Media. Y aunque el Imperio Romano de Occidente ya no existía, su sombra siguió obsesionando a reyes, papas y emperadores durante siglos. Después de todo, como escribió el poeta Rutilius Namatianus: "Roma inmortal solo murió en los libros de historia; en realidad, solo se transformó".
Comments